" ¡Ay, Ay! ¿ Qué le falta lamentarse a
esta
desgraciada que ha perdido su patria,
sus hijos y su esposo?
Eurípides. Las
Troyanas 105 -107
Príamo, último rey de Troya, es por
mucho - sino el más - trágico personaje de la Ilíada, a lo largo del poema, existe un tránsito de su figura
desde el "don encantador de temperamento gentil en pensamiento, palabra y
obra"(Standford, 2013,p.56) a un quiebre total en el canto XXIV, donde
toda aquella atmósfera que envuelve al rey, tiene como trasfondo el profundo
dolor ante la pérdida de uno de sus muchos hijos caídos en batalla, su
primogénito, Héctor. Es en este último canto
donde se observa un despliegue de llanto, patetismo, súplica y al mismo
tiempo, una gran valentía, piedad y recuerdo, un estado de pleno conocimiento
intersubjetivo respecto del dolor de la pérdida, del destino y la finitud de la
vida, en resumidas cuentas, de nuestra condición humana. Estas últimas escenas
que darán conclusión al poema, son bastante cuestionadas en torno a la
estructura general de la obra, de hecho se señala que: " El episodio es
admirable y rezuma un espíritu tan distinto del de otras escenas de los poemas
que algunos críticos lo consideran una adición de época posterior"(Lasso,
1963, p.304).Y es que esta es una de tantas posibilidades, como también lo es
la propia intención de quien narra:
"Homero, a
medida que describía escena tras escena de carnicería y pasión en la Ilíada, puede haber sentido la
necesidad de algún símbolo de fe en la humanidad, alguna esperanza de salvación
del Minotauro que acecha en el laberinto de la pasión dominante de cada hombre,
si quería escapar a la desesperación. La última escena entre Príamo y Aquiles
en la Ilíada procuró una respuesta al
problema del dolor y la muerte. Pero su resignación trágica, por toda su
sombría magnificencia, es desoladora y sin esperanza"(Standford, 2013,
p.66)
Este ensayo no se propone un objetivo
específico, sino realizar una serie de reflexiones en torno al canto XXIV y en
él, la figura del Rey Príamo, una temeraria radiografía del dolor del rey no solo
a partir de Homero, sino de diversos autores que refieren la escena específica
del encuentro con Aquiles, como también
de todos aquellos autores que perciben y dan énfasis a otras circunstancias dentro
del desenlace de este poema de la guerra, pero además un poema que nos ilustra
una de las facetas humanas más realistas, aquella que nos habla dolor en sus diversas
formas de expresión. Lo que señalo no pretende ser una mera abstracción, el
canto XXIV posee una serie de elementos que escenifican el dolor profundo de
Príamo, su familia y pueblo, en ninguna parte encontraremos alguna cuota de
humor o comicidad, el panorama es totalmente desolador, y es bajo aquel aura que
rodea cada momento del canto en la que se desenvuelven una serie de expresiones
de relacionadas con la piedad y el
dominio de sí, no como una solución al dolor sino como parte de aquella fuerza
de la memoria y el reconocimiento en el dolor entre los seres humanos. En este
sentido, no pretendo referir el último canto de manera lineal, relatando de
manera ordenada cada uno de sus acontecimientos y pormenores, más bien, esta es
una exposición libre respecto de algo sumamente complejo de explicar como lo es
un terrible sentimiento de tristeza.
La interpretación del último canto,
muchas veces establece como referencia esencial
el impactante encuentro entre Príamo y Aquiles, una escena
estremecedora, pero también es posible
encontrar quienes a partir de otra situación del canto reflejan esta atmósfera
total de dolor en Príamo, tal como el poeta griego Konstantino Kavafis en su
poema "viaje nocturno de Príamo (1893)", el cual se desenvuelve luego de la muerte de
Héctor, cuando el rey en forma desesperada reúne el tesoro para pagar el
rescate del cuerpo de su hijo y emprende en medio de la noche el viaje hacia el
campamento enemigo. El profesor Miguel Castillo señala que el momento en que el
poema se desarrolla y fija su atención, es aquel donde " desaparecen
dioses y hombres y palabras que pueblan el texto homérico. Aquellos no existen:
y si existieran, no están involucrados en las cosas humanas" (Castillo,
2015, p.241). Así es, puesto que en el nocturno desierto del dolor se viaja en
soledad, es un momento completamente irracional, donde las consecuencias de
cualquier acción emprendida no oprimen y tienden a desaparecer, el terrible objetivo es lo más punzante, nada
advierte Príamo a su alrededor, al encontrarse bajo el pleno efecto de la
desesperación y desolación, sólo piensa en llegar a su destino lo antes
posible, absoluta incertidumbre, "no hay un final, este queda en el
terreno de lo incierto"(Castillo, 2015, p.241). El poema cierra de la siguiente
manera:
"Tenebroso
extiéndese el camino/Lúgubre
gime
el viento y se lamenta.
Grazna
a lo lejos un ominoso cuervo.
Aquí
el aullido de un perro se escucha; / allí,
cual
susurro una liebre de rápidos pies cruza.
El
rey azota, azota los caballos.
Sombras
de la llanura despiértanse / siniestras,
y
se preguntan por qué con tanta prisa
vuela
el Dardánida hacia los navíos
de
argivos asesinos y de aqueos / funestos.
Pero
el rey a esas cosas no atiende;
basta
que su carro veloz, velos corra".
Viaje Nocturno de Príamo (1893). Konstantino Kavafis[1].
El dolor, es un protagonista transversal
a lo largo del canto XXIV, interesa puesto que nos remite no tan solo de una
experiencia de sufrimiento en el ámbito privado, entre ellos Príamo, Hécuba, Andrómaca, Helena, Paris,
hermanos y hermanas de la víctima, sino el dolor de todo un pueblo, es decir,
de su carácter público, destacando la importancia social de las honras fúnebres,
del llanto y el duelo de una comunidad que no se entrega tan solo al dolor que siente su rey por ser rey, sino
que además, lo interpreta como un signo de desesperanza ante aquello que a los
habitantes les espera, es decir, la decadencia de Ilión. Aun así, existe un
vínculo directo entre el dolor del rey y el pueblo troyano, sea por buena voluntad o temor, la comunidad se involucra en las
tareas que propiciarán el desarrollo de la ceremonia la totalidad de días que
esta haya de durar. La escena nos invita a pensar en la posibilidad de un dolor
público: " Venid a ver a Héctor, troyanos y troyanas, si otras veces os
alegrasteis de que volviese vivo del combate; porque era el regocijo de la
ciudad y de todo el pueblo"(XXIV 704 -707). La comunidad así, se compromete de manera práctica ante el dolor:
"la gente del
pueblo, unciendo a los carros bueyes y mulos, se reunió fuera de la ciudad. Por
espacio de nueve días acarrearon abundante leña; y cuando por décima vez apuntó
la aurora, que trae la luz a los mortales, sacaron los ojos preñados de
lágrimas, el cadáver del audaz Héctor, lo pusieron en lo alto de la pira, y le
prendieron fuego" (XXIV 782-788).
De esta manera, se puede observar la disposición que asume el
pueblo respecto de la honra del cadáver de Héctor. Príamo increpa a algunos de
los troyanos que se encontraban siendo testigos al frente de su pórtico de la escena en donde
comienza a juntar los variados tesoros para pagar el rescate del cuerpo, sus
palabras son duras y exhiben tanto la desesperación frente a un momento de
tanto sufrimiento como lo es la pérdida de un hijo, no cualquiera, sino el más
grande guerrero: " Muerto él, será mucho más fácil que los argivos os
maten" (XXIV 239-247). La recuperación del cadáver es lo único que importa
en estos momentos: "Y si mi destino es morir en las naves de los aqueos de
broncíneas túnicas, lo acepto: que me mate Aquiles tan luego como abrace a mi
hijo y satisfaga el deseo de llorarle"(XXIV 217-228). El pueblo de Ilión, comulga
con el dolor y contribuye por diversos motivos, esto debido a que:
era una obligación
inexcusable de los familiares, amigos y deudos del fallecido al rendirle a éste
las honras fúnebres. Dicha obligación tenía una vertiente altruista y piadosa,
por cuanto se estimaban los ritos fúnebres necesarios para el reposo del
espíritu del difunto, y también una meramente egoísta, habida cuenta de que el
incumplimiento de este deber podía acarrear la cólera de los dioses del propio
muerto" (Gil, 1963, p.457).
Otro
hecho, ahora relacionado con el ámbito privado, refiere al momento en que
Hécuba recomienda una libación a Príamo antes de partir en su viaje rumbo a la
tienda del Pélida. Encomendarse a una divinidad en tan compleja situación
siempre es necesario, la piedad de los dioses ante tamaño arrojo al marchar en
búsqueda del cadáver al campamento enemigo y, sobre todo, ante la posibilidad del no retorno, es una señal divina puede marcar la diferencia
entre el éxito o fracaso de la misión, así, la compañía de cualquier tipo de
manifestación, en este caso un águila (percnón), es un indicio de buen agüero.
Príamo está completamente imbuido al igual que sus más cercanos en un estado
total de desamparo, cualquier atisbo de esperanza será bien recibido, por lo
que: "oró, de pié, en medio del patio; libó el vino, alzando los ojos al
cielo"(XXIV 302-308). Príamo siente una mayor confianza al contar con la
venia de los dioses para resolver tan terrible situación, aun así pregunta a su
mujer: "¿Qué piensas acerca de esto ? Pues mi mente y mi corazón me
instigan a ir allá, hacia las naves al campamento vasto de los aqueos"
(XXIV 194-200). ¿Qué padre no hubiese sentido esta persistente fuerza que lo
libera de cualquier atadura o consecuencia mortífera en medio de tamaña
incertidumbre y feroz sufrimiento?
Otro
pasaje que refleja el completo estado de dolor en el ámbito privado, es aquel
que podemos observar a través de los ojos de Iris, mensajera a quien Zeus envía
para informar de las condiciones en las cuales se llevará a cabo el rescate del cuerpo de Héctor. Al llegar al palacio del rey Príamo, la
panorámica que nos ofrece es terrible, una escenificación del dolor en términos
absolutos, el sufrimiento domina el ambiente y los comportamientos de cada uno
de aquellos que están presentes asumen desgarradoras performances, todos se
encuentran abatidos, hombres y mujeres entristecidos por sus pérdidas
familiares producto de la guerra:
"oyó llantos y
alaridos. Los hijos, sentados en el patio alrededor del padre, bañados sus
vestidos con lágrimas. y el anciano aparecía en medio, envuelto en un manto muy
ceñido, y tenía en la cabeza y en el cuello abundante estiércol que al
revolcarse por el suelo había recogido con sus manos. Las hijas y nueras se
lamentaban en el palacio, recordando los muchos varones esforzados que yacían
en la llanura por haber dejado la vida en manos de los argivos" (XXIV
159-171)
La
escena es brutal, la figura del padre es entristecedora, el último monarca de
Ilión es un rey sufriente, que raya en la irracionalidad, caído, derrotado, abatido por el peso del
dolor. Pero no es sólo él quien se encuentra en un estado de total abandono y
desconsuelo. Príamo, luego de las honras fúnebres, sucumbirá de todas formas al
momento de Ilión ser tomada por los enemigos, el pacto entre Aquiles y el rey troyano
tenía fecha de caducidad: "Durante nueve días le lloraremos en el Palacio,
en el décimo le sepultaremos y el pueblo celebrará el banquete fúnebre, en el
duodécimo erigiremos un túmulo sobre el cadáver y en el duodécimo volveremos a
pelear, si necesario fuere."(XXIV 659-668). Luego de las honras, las hostilidades se
reanudaron y tuvieron como consecuencia su propia muerte, esto no se observa en
el desarrollo final del último canto de la
Ilíada, pero aún así, ofrece una visual respecto del fatal destino que
envuelve a Príamo y su pueblo:
"Después de
caída Troya, Príamo, que había visto
perecer a todos sus hijos, se acogió al templo, y abrazó a Erceo y ante la
vista de su desdichada esposa Hécuba, Pirro, el hijo de Aquiles, le traspasó
con su espada, aunque Lesques -uno de los poetas cíclicos- dice que fue
arrancado del templo y muerto a la puerta de su palacio"(Erradona, 1954,
p.1370).
Independiente
de cuál sea el relato más ajustado a lo acontecido, existe incluso una versión
diferente en la cual el rey Príamo es asesinado por un hijo guerrero del
Pélida, en ella se señala que fue "arrastrado por Neoptólemo hasta la
tumba de Aquiles, en las afueras de la ciudad, y le habría dado muerte en este
lugar"(Grimal,1982, p.453). Quizás lo único que se nos permita afirmar con
seguridad, independiente de las diversas interpretaciones sobre la muerte del
rey, es el hecho de que "el cadáver quedó insepulto"(Grimal, 1982,
p.453). Sus esfuerzos por recuperar el cuerpo de su hijo para honrarle no
coinciden necesariamente con un destino similar para su figura, para el rey Príamo
no existió tal ceremonia.
Para
despejar algunas dudas en torno a la muerte del rey, creo que es fundamental
remitirse al gran poeta trágico Eurípides (480- 406 a.C), específicamente en su
obra "Las Troyanas", que
destaca las consecuencias de la guerra, puesto que con la muerte de Héctor,
Príamo y una gran cantidad de guerreros troyanos la historia no culmina, son
los hijos, hijas, mujeres, ancianos y ancianas quienes tendrán que atenerse a
las condiciones de victoria de los argivos, esta es la verdadera desgracia, la
más terrible decadencia de Troya. Mujeres que serán tomadas y repartidas como
botín, llevadas a los diversos confines de Grecia, la vida de niños sometidas a un escrupuloso
criterio que transita desde el temor a la venganza futura o eliminar aquella
posibilidad de raíz. En este sentido,
Héctor luchaba porque sabía cuál sería el destino de su pueblo de perder
en la afrenta, así le increpa a Andrómaca la imposibilidad de dar un paso atrás
en la lucha, de ello depende la libertad de su mujer e hijo: " no me
importa tanto como la que padecerás tú cuando algunos de los aqueos, de
broncíneas lorigas, te lleve llorosa, privándote de libertad y luego tejas tela
en Argos, a las órdenes de otra mujer"(VI 440-466). Eurípides, describe esta funesta situación a
lo largo de "Las Troyanas", en la cual Hécuba, mujer de Príamo se
transforma en una mediadora de la forma en que será llevado a cabo la
repartición del botín entre los enemigos, Eurípides se ciñe a través de sus
lamentaciones a uno de los relatos sobre la muerte Príamo, quizás el que a su
juicio sí fue el más probable o se ajustaba de mejor manera a las necesidades
de su obra dramática:
" Era reina y
casé con un rey; luego engendré hijos excelentes, no sólo por el número, sino
los más sobresalientes de los frigios. Ninguna mujer troyana, griega o bárbara,
podrá jactarse de haber parido tales. Mas los vi caer bajo la lanza helena y
mesé mis cabellos ante sus tumbas. A Príamo que los engendró lo lloré no porque
conociera su muerte de otros labios, sino que yo misma - con estos ojos- vi
cómo lo degollaban sobre el fuego del hogar y cómo destruían mi ciudad. Mis
hijas, a quienes eduqué con esmero la virginidad para la honra y prez de sus
esposos, para otros las eduqué, las han arrancado de mis brazos. Y ni ellas
tienen esperanza de volver a verme ni yo misma las veré jamás. Y lo último, la
cornisa de mis lamentables males: yo que soy una anciana voy a llegar a la
Hélade como esclava"(Las Troyanas 473- 491)
El dolor y la desesperanza, se
entremezclan para tejer un destino plagado de tristeza, la lamentación de
Hécuba es conmovedora y refleja el absoluto desamparo en el que quedaron los
habitantes de Troya al perder la guerra, el desenlace de este episodio es el
más cruel, puesto que en la afrenta el que pierde lleva la peor parte, nuevamente
un giro hacia el dolor de un pueblo en su conjunto. De ahí que la terrible
atmósfera que envuelve tanto a Héctor y Príamo a lo largo de la Ilíada culmine en un desenlace que
prescinde de ellos por completo, con sus muertes todo está perdido, nada queda
para Ilión. Así, no es exagerado estimar que a pesar de lo que se pueda
interpretar o pensar al respecto ambos son:
"las dos figuras
más trágicas de hombres civilizados en la Ilíada condenados a luchar y a morir
en este conflicto bárbaro[...] Da por hecho Homero que en un mundo de griegos
hostiles y de guerreros troyanos ineludiblemente tiene que haber Andrómacas de
luto por los maridos gentiles [...] En el marco convencional de la poesía
heroica tiene siempre que haber perdedores injustos como Héctor además de
ganadores con merecimiento como Odiseo. Homero lo acepta como una condición
esencial tanto de su género literario como de las sociedades militares, pero no
lo hace sin compasión"(Standford, 2013, p.65).
Hasta
ahora el recorrido de estas reflexiones no se ha centrado en el potente
encuentro entre Aquiles y Príamo, esto debido a que con mucho es el momento que
más destaca dentro del canto XXIV, para este ensayo decidimos dejarlo para el
final, pues es en este encuentro donde se expresa el dolor más funesto de un
padre que perdió a su hijo y aquel del guerrero que perdió a su mejor amigo
producto de su cólera implacable. La escena no prescinde de la intervención de
los Dioses, ellos propician la devolución del cadáver, en parte porque Héctor
era el hombre de Ilión más querido por
Zeus al nunca faltar en sus respectivas ofrendas y sacrificio, en parte, por rechazar
tajantemente la forma en que Aquiles expresa su dolor e ira:
"Nunca
le pasaba inadvertido el despuntar de la Aurora sobre el mar y sus riberas;
entonces uncía al carro los ligeros corceles, y atando el cadáver de Héctor, lo
arrastraba hasta dar tres vueltas al túmulo del difunto Menetíada; acto
continuo volvía a reposar en la tienda, y dejaba el cadáver tendido de cara al
polvo". (XXIV 1-22)
Aquiles,
en su dolor ha extraviado todo sentido de piedad para con el enemigo, este se
transforma en un objeto de tortura y descarga de la más cruel venganza ante la
inmovilidad funesta de la que es preso, aquella que le recuerda que su amigo
Patroclo jamás volverá a la vida, ante tan terrible espectáculo los Dioses
expresan que "ni siquiera conserva el pudor que tanto favorece o daña a
los varones"(XXIV 33-55). Aquí un problema, puesto que si bien los dioses
son aquellos que propician la devolución del cadáver, la última palabra la
tiene A quiles, él es quien decidirá
finalmente si ante el rescate aceptará el mandato Olímpico o no, así se nos
entrega al más profundo estado de tensión dentro del canto, la solución divina
se resuelve de una manera bastante concreta:
"No porque
Aquiles sea muy superior a Héctor puede permitírsele esta venganza impía. No
por imposición, sino por un acto libre de Aquiles, restablece Zeus el equilibrio
entre el principio de una justicia distributiva, fundada sobre el valor
personal de cada uno, y una justicia reparadora, fundada sobre la igualdad de
los individuos"(Lasso, 1963, p. 305).
El
momento del encuentro entre Príamo y Aquiles es sencillamente desgarrador. El
rey "entró sin ser visto, y acercándose a Aquiles, abrazóle las rodillas y
besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijos
suyos" (XXIV 468-486). Aquiles y los
guerreros que lo acompañaban quedan absolutamente sorprendidos de ver al viejo
Príamo suplicante. Aquí, se inaugura un momento notable, donde se entremezclan
una serie de sentimientos relacionados con el dolor, la piedad e incluso la
idea de que el sufrimiento es un lenguaje manifiesto en cada uno de nosotros,
un signo que puede desatar en el otro la memoria y embargarnos de recuerdos que
nos alejan de la altivez y la individualidad para reconocer en el otro aquello
que nos ha hecho decidirnos por una u otra actitud. El gesto de Príamo, es sólo
la chispa que encenderá un espacio de encuentro entre hombres mortales:
El penoso espectáculo
de la genuflexión ante otro y el abrazar las rodillas son manifestaciones
escultóricas de la piedad y la vergüenza. La formalización rigurosa de la
conducta de Príamo como suplicante, produce un intensificado sentido de
comunicación entre participantes. (Zecchin, 2000, p.61)
Sólo basta atender las
palabras del anciano Príamo para tomar en cuenta cuan punzantes resultaron ser
para el Pélida : " Respeta a los dioses, Aquiles, y apiádate de mí,
acordándote de tu padre: yo soy aún más digno de compasión que él, puesto que
me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mis labios la
mano del hombre matador de mis hijos."(XXIV 486 -507). La escena conmueve al
guerrero, "por primera vez
estos dos hombres pueden contemplarse frente a frente y de su mutua mirada nace
el conocimiento. ira y odio y dolor se desvanecen en esa mirada"(Lasso,
1963, p.307), éste es transportado hacia el recuerdo de su padre Peleo, a quién
sabe no volverá a ver jamás, a quién ya no podrá defender, su divino destino
estaba escrito de antemano: el Pélida se encontraba condenado a morir joven,
lejos de su hogar y seres amados, sólo le quedará la vacía gloria y fama. La
terrible súplica que emite el anciano Príamo "solicita un acto de la
memoria y la clase de memoria que él busca en Aquiles es la que Homero busca en
los oyentes: una recreación en términos emocionales de aquello que las penas
son (Zecchin, 2000, p.66). El llanto se apodera de la escena, el dolor en ambos
es evidente, el espectáculo en la tienda del Pélida está matizado por la
memoria y el sufrimiento:
"El rostro
ausente y amado de Peleo, evocado por Príamo y convertido en ideal de
referencia, había hecho recogerse a Aquiles en reminiscencias de inmensa
ternura. Príamo no era ya para él Príamo, sino el anciano, la imagen viva de su
ausente padre"(Lasso, 1963, p.306).
Aquiles,
vuelve en sí y aleja las manos de Príamo, al momento comienza a esbozar su
explicación de las tinajas de Zeus, desde la cual el Dios condena por azar o
suerte al bien y al mal a unos y otros hombres. Es el destino, es lo que nos tocó, no hay una real
explicación para tanto dolor, es simplemente lo que fue dispuesto, el mismo
Aquiles termina su exposición refiriendo a Príamo la muerte de su hijo: "
Súfrelo resignado y no dejes que se apodere de tu corazón un pesar continuo,
pues nada conseguirás afligiéndote por tu hijo, ni lograrás que se levante; y
quizá tengas que padecer una nueva desgracia"(XXIV 518 - 552). En este
instante, personalmente, considero que se dejan entrever algunas situaciones
que a mi parecer demuestran el impacto de las súplicas del anciano sobre un
Aquiles consciente, que ha recuperado en parte la piedad pero no sin resguardo.
En primer lugar, es relevante destacar el trato que finalmente se le da al
cuerpo de Héctor antes de su entrega definitiva al padre, si bien se produce
una discusión en torno a la desesperación del
anciano y el intento del Pélida por contenerlo sugiriéndole a éste que
tome asiento, Aquiles sale de la tienda y :
"llamó entonces
a los esclavos y les mandó que lavaran y ungieran el cuerpo de Héctor,
trasladándolo a otra parte para que Príamo no lo advirtiese; no fuera que,
afligiéndose al ver a su hijo, no pudiese reprimir la cólera en su pecho e
irritase el corazón de Aquiles, y éste le matara, quebrantando las órdenes de
Zeus. Lavado ya y ungido con aceite, las esclavas lo cubrieron con la túnica y
el hermoso palio; después el mismo Aquiles lo levantó y colocó en un lecho, y
por fin los compañeros lo subieron al lustroso carro"(XXIV 571-592)
Aquí
se destaca la doble función, tanto piadosa respecto del cuidado del cuerpo y
por otra la de la propia seguridad, muy viejo podrá ser Príamo, pero ante el
dolor de ver el cuerpo de su hijo sin duda puede reaccionar de manera adversa y
con sus últimas fuerzas intentarle asesinar. Aún así, la reconvención posterior
que se realiza Aquiles respecto de su amigo Patroclo es fundamental para
comprender la situación: "No te enojes conmigo, oh Patroclo, si en el
Hades te enteras de que he entregado el cadáver del divino Héctor al padre de
este héroe, pues me ha traído un rescate digno, y consagraré a tus manes la
parte que te es debida"(XXIV 592-596). Aquí es posible apreciar que dentro
de todo, el cuantioso rescate pagado por Príamo es de importancia, al principio del poema la cólera de Aquiles está
gatillada precisamente por una injusticia en la repartición de un botín de
guerra, el pago dentro de todo es justo: peplos, mantos, tapetes, túnicas,
talentos de oro, trípodes y calderas, tamaño tesoro equilibra la decisión de
entregar el cuerpo del matador de su amigo.
A continuación, se desarrolla la escena
del banquete, la cual tiene por objeto presentar la idea de que ante el más profundo
dolor, ante la más cruenta adversidad ""todos somos hombres. También
el heroísmo tiene sus límites."(Jaeger, 1962, p.121). Ese límite es la
primacía de la naturaleza humana con sus necesidades fisiológicas inherentes,
sin alimento nuestro cuerpo no puede pensar en nada, no puede sufrir por nada,
la angustia puede alejarnos de la necesidad alimentarnos, de hecho "no
otra cosa es la escena final de la Ilíada, Cuando Aquiles invita al Afligido
Príamo, tras la entrega del cadáver de su hijo, a comer y a beber, y cita el
ejemplo de Niobe, afligida por el más profundo dolor materno"(Jaeger,
1962, p.121). Príamo no había comido ni bebido desde la muerte de su hijo, es
por esto que Aquiles refiere "cuidemos nosotros de comer, y más tarde cuando hayas transportado el hijo a
Ilión, podrás hacer llanto sobre el mismo. Y será por ti muy llorado"(XXIV
599-620). ¡Come y Descansa Príamo!¡ No
te olvides de que eres un ser mortal!
Esto parece señalar Aquiles al anciano, la tristeza no puede hacer sucumbir al
rey, si quiere llorar a su hijo implicando todo su dolor y vida psíquica, debe
atender primero a su propia fortaleza. El pélida ofrece lecho al rey, éste se
asegura de pactar las condiciones que permitan rendir las honras a su amado
hijo, Aquiles le da su mano para sellar el cese de las hostilidades durante los
días que se le solicitan. Por la noche, Príamo es despertado por Hermes quien
le asegura que es el mejor momento de emprender su regreso a Ilión, la escena
del viaje se repite, esta vez, con el cuerpo de su hijo dentro del carro.
La
escena del encuentro entre Príamo y Aquiles es profundamente humana, no por
nada se refiere que "no es lo suyo un reconocimiento, sino un conocimiento
de su esencia de hombres"(Lasso, 1963, p.307). Ambos están marcados por el
devenir pernicioso de la guerra, ambos han perdido aquello que aman, ambos
están sujetos indefectiblemente al dolor, uno de carácter inexpugnable. Príamo
en su encuentro con el Pélida "acaba descubriendo en él la humanidad del
hombre. Al revelársele como hombre le parece semejante a un dios"(Lasso,
1963, p.308). No hay resolución más cierta de este conflicto que aquella que
asevera que "la comunidad entre Aquiles y Príamo se funda en el
sentimiento de común mortalidad"(Zecchin,2002, p.123). Una profunda radiografía
del dolor humano, del conocimiento de nuestra condición a partir de la pérdida
de aquello que amamos, un recordatorio intemporal que imprime en nuestros
pensamientos la reflexión en torno a qué es aquello que nos hace ser lo que
somos.
En este caso, no cabe la pregunta por el
sentido de la justicia, más sí la de
la igualdad, aquella que no se puede
buscar bajo los parámetros de la fama y la gloria donde sólo unos pocos
triunfan. En aquel mundo de héroes donde no se siente la opresión del futuro, la
única forma que existe de hacernos entender aquel sentido de igualdad, es en la
comunión en el dolor, no la comunión de la victoria, es la pérdida, la tristeza
y el sufrimiento aquel lugar que no distingue entre reyes y semidioses, sea
como sea que se manifieste e indistintamente de su gradación (según parámetros
que nosotros mismos nos hemos ofrecido), el dolor es la instancia más
igualitaria en la vida de los seres humanos, puesto que no discrimina a nadie,
es un fenómeno social total. Es por esto, que la figura del rey Príamo despertó
mi atención y decidí dedicarle este ensayo, porque es un recordatorio de cuánto
han cambiado las cosas para nosotros, el dolor en la sociedad moderna ya no es
una instancia de conocimiento del otro, lo evitamos, no hay un compromiso para
con el dolor de los demás, desde aquellos compatriotas que hoy mueren esperando
por una atención digna en algún pasillo de hospital, a las madres de detenidos
desaparecidos que como ánimas deambulan en busca alguna información que les
ayude a encontrar a sus seres queridos, la diferencia con Príamo, es que ellas
no saben qué manos besar y a cuáles rodillas aferrarse, puesto que no saben
quién fue el matador de sus seres amados, nosotros, hacemos la vista gruesa y
quizás podríamos hacer algo más, quizás al menos acarrear la madera para
comprometernos con su dolor y finalmente, algún día, rendirles las honras
fúnebres que merecen.
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Editorial Dykinson.
Zecchin de Fasano, G.
C. 2000. Memoria y funeral: Príamo y Aquiles en Ilíada XXIV.472-551. Synthesis, 7. p. 57-68.
Zecchin de Fasano, G.C. 2002. Temor y compasión en los poemas Homéricos.
Synthesis, vol 9. 109-128.
[1]
Traducción: Miguel Castillo
Didier. El artículo del que fue extraído el poema es: "Príamo y Edipo. Desde la
épica y la tragedia antiguas a un lírico
moderno: Kavafis". En: Miguel Castillo Didier (2015) Pensando Grecia
Pensando América. Centro de Estudios Griegos Bizantinos y Neohelénicos,
Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile.