miércoles, 12 de agosto de 2015

Príamo: Dolor y Memoria

" ¡Ay, Ay! ¿ Qué le falta lamentarse a
 esta desgraciada que ha perdido su patria,
sus hijos y su esposo?

Eurípides. Las Troyanas 105 -107


Príamo, último rey de Troya, es por mucho - sino el más - trágico personaje de la Ilíada, a lo largo del poema, existe un tránsito de su figura desde el "don encantador de temperamento gentil en pensamiento, palabra y obra"(Standford, 2013,p.56) a un quiebre total en el canto XXIV, donde toda aquella atmósfera que envuelve al rey, tiene como trasfondo el profundo dolor ante la pérdida de uno de sus muchos hijos caídos en batalla, su primogénito, Héctor. Es en este último canto  donde se observa un despliegue de llanto, patetismo, súplica y al mismo tiempo, una gran valentía, piedad y recuerdo, un estado de pleno conocimiento intersubjetivo respecto del dolor de la pérdida, del destino y la finitud de la vida, en resumidas cuentas, de nuestra condición humana. Estas últimas escenas que darán conclusión al poema, son bastante cuestionadas en torno a la estructura general de la obra, de hecho se señala que: " El episodio es admirable y rezuma un espíritu tan distinto del de otras escenas de los poemas que algunos críticos lo consideran una adición de época posterior"(Lasso, 1963, p.304).Y es que esta es una de tantas posibilidades, como también lo es la propia intención de quien narra:

"Homero, a medida que describía escena tras escena de carnicería y pasión en la Ilíada, puede haber sentido la necesidad de algún símbolo de fe en la humanidad, alguna esperanza de salvación del Minotauro que acecha en el laberinto de la pasión dominante de cada hombre, si quería escapar a la desesperación. La última escena entre Príamo y Aquiles en la Ilíada procuró una respuesta al problema del dolor y la muerte. Pero su resignación trágica, por toda su sombría magnificencia, es desoladora y sin esperanza"(Standford, 2013, p.66)

Este ensayo no se propone un objetivo específico, sino realizar una serie de reflexiones en torno al canto XXIV y en él, la figura del Rey Príamo, una temeraria radiografía del dolor del rey no solo a partir de Homero, sino de diversos autores que refieren la escena específica del encuentro con Aquiles,  como también de todos aquellos autores que perciben y dan énfasis a otras circunstancias dentro del desenlace de este poema de la guerra, pero además un poema que nos ilustra una de las facetas humanas más realistas, aquella que nos habla dolor en sus diversas formas de expresión. Lo que señalo no pretende ser una mera abstracción, el canto XXIV posee una serie de elementos que escenifican el dolor profundo de Príamo, su familia y pueblo, en ninguna parte encontraremos alguna cuota de humor o comicidad, el panorama es totalmente desolador, y es bajo aquel aura que rodea cada momento del canto en la que se desenvuelven una serie de expresiones de relacionadas con la piedad y  el dominio de sí, no como una solución al dolor sino como parte de aquella fuerza de la memoria y el reconocimiento en el dolor entre los seres humanos. En este sentido, no pretendo referir el último canto de manera lineal, relatando de manera ordenada cada uno de sus acontecimientos y pormenores, más bien, esta es una exposición libre respecto de algo sumamente complejo de explicar como lo es un terrible sentimiento de tristeza.

La interpretación del último canto, muchas veces establece como referencia esencial  el impactante encuentro entre Príamo y Aquiles, una escena estremecedora,  pero también es posible encontrar quienes a partir de otra situación del canto reflejan esta atmósfera total de dolor en Príamo, tal como el poeta griego Konstantino Kavafis en su poema "viaje nocturno de Príamo (1893)",  el cual se desenvuelve luego de la muerte de Héctor, cuando el rey en forma desesperada reúne el tesoro para pagar el rescate del cuerpo de su hijo y emprende en medio de la noche el viaje hacia el campamento enemigo. El profesor Miguel Castillo señala que el momento en que el poema se desarrolla y fija su atención, es aquel donde " desaparecen dioses y hombres y palabras que pueblan el texto homérico. Aquellos no existen: y si existieran, no están involucrados en las cosas humanas" (Castillo, 2015, p.241). Así es, puesto que en el nocturno desierto del dolor se viaja en soledad, es un momento completamente irracional, donde las consecuencias de cualquier acción emprendida no oprimen y tienden a desaparecer,  el terrible objetivo es lo más punzante, nada advierte Príamo a su alrededor, al encontrarse bajo el pleno efecto de la desesperación y desolación, sólo piensa en llegar a su destino lo antes posible, absoluta incertidumbre, "no hay un final, este queda en el terreno de lo incierto"(Castillo, 2015, p.241). El poema cierra de la siguiente manera:


"Tenebroso extiéndese el camino/Lúgubre
gime el viento y se lamenta.
Grazna a lo lejos un ominoso cuervo.

Aquí el aullido de un perro se escucha; / allí,
cual susurro una liebre de rápidos pies cruza.
El rey azota, azota los caballos.
Sombras de la llanura despiértanse / siniestras,
y se preguntan por qué con tanta prisa

vuela el Dardánida hacia los navíos
de argivos asesinos y de aqueos / funestos.
Pero el rey a esas cosas no atiende;

basta que su carro veloz, velos corra".

Viaje Nocturno de Príamo (1893). Konstantino Kavafis[1].


El dolor, es un protagonista transversal a lo largo del canto XXIV, interesa puesto que nos remite no tan solo de una experiencia de sufrimiento en el ámbito privado, entre ellos  Príamo, Hécuba, Andrómaca, Helena, Paris, hermanos y hermanas de la víctima, sino el dolor de todo un pueblo, es decir, de su carácter público, destacando la importancia social de las honras fúnebres, del llanto y el duelo de una comunidad que no se entrega tan solo  al dolor que siente su rey por ser rey, sino que además, lo interpreta como un signo de desesperanza ante aquello que a los habitantes les espera, es decir, la decadencia de Ilión. Aun así, existe un vínculo directo entre el dolor del rey y el pueblo troyano,  sea por buena voluntad  o temor, la comunidad se involucra en las tareas que propiciarán el desarrollo de la ceremonia la totalidad de días que esta haya de durar. La escena nos invita a pensar en la posibilidad de un dolor público: " Venid a ver a Héctor, troyanos y troyanas, si otras veces os alegrasteis de que volviese vivo del combate; porque era el regocijo de la ciudad y de todo el pueblo"(XXIV 704 -707).  La comunidad así,  se compromete de manera práctica ante el dolor:


"la gente del pueblo, unciendo a los carros bueyes y mulos, se reunió fuera de la ciudad. Por espacio de nueve días acarrearon abundante leña; y cuando por décima vez apuntó la aurora, que trae la luz a los mortales, sacaron los ojos preñados de lágrimas, el cadáver del audaz Héctor, lo pusieron en lo alto de la pira, y le prendieron fuego" (XXIV 782-788).


De esta manera,  se puede observar la disposición que asume el pueblo respecto de la honra del cadáver de Héctor. Príamo increpa a algunos de los troyanos que se encontraban siendo testigos  al frente de su pórtico de la escena en donde comienza a juntar los variados tesoros para pagar el rescate del cuerpo, sus palabras son duras y exhiben tanto la desesperación frente a un momento de tanto sufrimiento como lo es la pérdida de un hijo, no cualquiera, sino el más grande guerrero: " Muerto él, será mucho más fácil que los argivos os maten" (XXIV 239-247). La recuperación del cadáver es lo único que importa en estos momentos: "Y si mi destino es morir en las naves de los aqueos de broncíneas túnicas, lo acepto: que me mate Aquiles tan luego como abrace a mi hijo y satisfaga el deseo de llorarle"(XXIV 217-228). El pueblo de Ilión, comulga con el dolor y contribuye por diversos motivos, esto debido a que:

era una obligación inexcusable de los familiares, amigos y deudos del fallecido al rendirle a éste las honras fúnebres. Dicha obligación tenía una vertiente altruista y piadosa, por cuanto se estimaban los ritos fúnebres necesarios para el reposo del espíritu del difunto, y también una meramente egoísta, habida cuenta de que el incumplimiento de este deber podía acarrear la cólera de los dioses del propio muerto" (Gil, 1963, p.457).


Otro hecho, ahora relacionado con el ámbito privado, refiere al momento en que Hécuba recomienda una libación a Príamo antes de partir en su viaje rumbo a la tienda del Pélida. Encomendarse a una divinidad en tan compleja situación siempre es necesario, la piedad de los dioses ante tamaño arrojo al marchar en búsqueda del cadáver al campamento enemigo y, sobre todo, ante  la posibilidad del no retorno,  es una señal divina puede marcar la diferencia entre el éxito o fracaso de la misión, así, la compañía de cualquier tipo de manifestación, en este caso un águila (percnón), es un indicio de buen agüero. Príamo está completamente imbuido al igual que sus más cercanos en un estado total de desamparo, cualquier atisbo de esperanza será bien recibido, por lo que: "oró, de pié, en medio del patio; libó el vino, alzando los ojos al cielo"(XXIV 302-308). Príamo siente una mayor confianza al contar con la venia de los dioses para resolver tan terrible situación, aun así pregunta a su mujer: "¿Qué piensas acerca de esto ? Pues mi mente y mi corazón me instigan a ir allá, hacia las naves al campamento vasto de los aqueos" (XXIV 194-200). ¿Qué padre no hubiese sentido esta persistente fuerza que lo libera de cualquier atadura o consecuencia mortífera en medio de tamaña incertidumbre y feroz sufrimiento?
Otro pasaje que refleja el completo estado de dolor en el ámbito privado, es aquel que podemos observar a través de los ojos de Iris, mensajera a quien Zeus envía para informar de las condiciones en las cuales se llevará a cabo  el rescate del cuerpo de Héctor.  Al llegar al palacio del rey Príamo, la panorámica que nos ofrece es terrible, una escenificación del dolor en términos absolutos, el sufrimiento domina el ambiente y los comportamientos de cada uno de aquellos que están presentes asumen desgarradoras performances, todos se encuentran abatidos, hombres y mujeres entristecidos por sus pérdidas familiares producto de la guerra:

"oyó llantos y alaridos. Los hijos, sentados en el patio alrededor del padre, bañados sus vestidos con lágrimas. y el anciano aparecía en medio, envuelto en un manto muy ceñido, y tenía en la cabeza y en el cuello abundante estiércol que al revolcarse por el suelo había recogido con sus manos. Las hijas y nueras se lamentaban en el palacio, recordando los muchos varones esforzados que yacían en la llanura por haber dejado la vida en manos de los argivos" (XXIV 159-171)


La escena es brutal, la figura del padre es entristecedora, el último monarca de Ilión es un rey sufriente, que raya en la irracionalidad,  caído, derrotado, abatido por el peso del dolor. Pero no es sólo él quien se encuentra en un estado de total abandono y desconsuelo. Príamo, luego de las honras fúnebres, sucumbirá de todas formas al momento de Ilión ser tomada por los enemigos, el pacto entre Aquiles y el rey troyano tenía fecha de caducidad: "Durante nueve días le lloraremos en el Palacio, en el décimo le sepultaremos y el pueblo celebrará el banquete fúnebre, en el duodécimo erigiremos un túmulo sobre el cadáver y en el duodécimo volveremos a pelear, si necesario fuere."(XXIV 659-668).  Luego de las honras, las hostilidades se reanudaron y tuvieron como consecuencia su propia muerte, esto no se observa en el desarrollo final del último canto de la Ilíada, pero aún así, ofrece una visual respecto del fatal destino que envuelve a Príamo y su pueblo:

"Después de caída Troya, Príamo, que había visto perecer a todos sus hijos, se acogió al templo, y abrazó a Erceo y ante la vista de su desdichada esposa Hécuba, Pirro, el hijo de Aquiles, le traspasó con su espada, aunque Lesques -uno de los poetas cíclicos- dice que fue arrancado del templo y muerto a la puerta de su palacio"(Erradona, 1954, p.1370).

Independiente de cuál sea el relato más ajustado a lo acontecido, existe incluso una versión diferente en la cual el rey Príamo es asesinado por un hijo guerrero del Pélida, en ella se señala que fue "arrastrado por Neoptólemo hasta la tumba de Aquiles, en las afueras de la ciudad, y le habría dado muerte en este lugar"(Grimal,1982, p.453). Quizás lo único que se nos permita afirmar con seguridad, independiente de las diversas interpretaciones sobre la muerte del rey, es el hecho de que "el cadáver quedó insepulto"(Grimal, 1982, p.453). Sus esfuerzos por recuperar el cuerpo de su hijo para honrarle no coinciden necesariamente con un destino similar para su figura, para el rey Príamo no existió tal ceremonia.
Para despejar algunas dudas en torno a la muerte del rey, creo que es fundamental remitirse al gran poeta trágico Eurípides (480- 406 a.C), específicamente en su obra "Las Troyanas",  que destaca las consecuencias de la guerra, puesto que con la muerte de Héctor, Príamo y una gran cantidad de guerreros troyanos la historia no culmina, son los hijos, hijas, mujeres, ancianos y ancianas quienes tendrán que atenerse a las condiciones de victoria de los argivos, esta es la verdadera desgracia, la más terrible decadencia de Troya. Mujeres que serán tomadas y repartidas como botín, llevadas a los diversos confines de Grecia,  la vida de niños sometidas a un escrupuloso criterio que transita desde el temor a la venganza futura o eliminar aquella posibilidad de raíz. En este sentido,  Héctor luchaba porque sabía cuál sería el destino de su pueblo de perder en la afrenta, así le increpa a Andrómaca la imposibilidad de dar un paso atrás en la lucha, de ello depende la libertad de su mujer e hijo: " no me importa tanto como la que padecerás tú cuando algunos de los aqueos, de broncíneas lorigas, te lleve llorosa, privándote de libertad y luego tejas tela en Argos, a las órdenes de otra mujer"(VI 440-466).  Eurípides, describe esta funesta situación a lo largo de "Las Troyanas", en la cual Hécuba, mujer de Príamo se transforma en una mediadora de la forma en que será llevado a cabo la repartición del botín entre los enemigos, Eurípides se ciñe a través de sus lamentaciones a uno de los relatos sobre la muerte Príamo, quizás el que a su juicio sí fue el más probable o se ajustaba de mejor manera a las necesidades de su obra dramática:

" Era reina y casé con un rey; luego engendré hijos excelentes, no sólo por el número, sino los más sobresalientes de los frigios. Ninguna mujer troyana, griega o bárbara, podrá jactarse de haber parido tales. Mas los vi caer bajo la lanza helena y mesé mis cabellos ante sus tumbas. A Príamo que los engendró lo lloré no porque conociera su muerte de otros labios, sino que yo misma - con estos ojos- vi cómo lo degollaban sobre el fuego del hogar y cómo destruían mi ciudad. Mis hijas, a quienes eduqué con esmero la virginidad para la honra y prez de sus esposos, para otros las eduqué, las han arrancado de mis brazos. Y ni ellas tienen esperanza de volver a verme ni yo misma las veré jamás. Y lo último, la cornisa de mis lamentables males: yo que soy una anciana voy a llegar a la Hélade como esclava"(Las Troyanas 473- 491)


El dolor y la desesperanza, se entremezclan para tejer un destino plagado de tristeza, la lamentación de Hécuba es conmovedora y refleja el absoluto desamparo en el que quedaron los habitantes de Troya al perder la guerra, el desenlace de este episodio es el más cruel, puesto que en la afrenta el que pierde lleva la peor parte, nuevamente un giro hacia el dolor de un pueblo en su conjunto. De ahí que la terrible atmósfera que envuelve tanto a Héctor y Príamo a lo largo de la Ilíada culmine en un desenlace que prescinde de ellos por completo, con sus muertes todo está perdido, nada queda para Ilión. Así, no es exagerado estimar que a pesar de lo que se pueda interpretar o pensar al respecto ambos son:

"las dos figuras más trágicas de hombres civilizados en la Ilíada condenados a luchar y a morir en este conflicto bárbaro[...] Da por hecho Homero que en un mundo de griegos hostiles y de guerreros troyanos ineludiblemente tiene que haber Andrómacas de luto por los maridos gentiles [...] En el marco convencional de la poesía heroica tiene siempre que haber perdedores injustos como Héctor además de ganadores con merecimiento como Odiseo. Homero lo acepta como una condición esencial tanto de su género literario como de las sociedades militares, pero no lo hace sin compasión"(Standford, 2013, p.65).


Hasta ahora el recorrido de estas reflexiones no se ha centrado en el potente encuentro entre Aquiles y Príamo, esto debido a que con mucho es el momento que más destaca dentro del canto XXIV, para este ensayo decidimos dejarlo para el final, pues es en este encuentro donde se expresa el dolor más funesto de un padre que perdió a su hijo y aquel del guerrero que perdió a su mejor amigo producto de su cólera implacable. La escena no prescinde de la intervención de los Dioses, ellos propician la devolución del cadáver, en parte porque Héctor era el  hombre de Ilión más querido por Zeus al nunca faltar en sus respectivas ofrendas y sacrificio, en parte, por rechazar tajantemente la forma en que Aquiles expresa su dolor e ira:

 "Nunca le pasaba inadvertido el despuntar de la Aurora sobre el mar y sus riberas; entonces uncía al carro los ligeros corceles, y atando el cadáver de Héctor, lo arrastraba hasta dar tres vueltas al túmulo del difunto Menetíada; acto continuo volvía a reposar en la tienda, y dejaba el cadáver tendido de cara al polvo". (XXIV 1-22)

Aquiles, en su dolor ha extraviado todo sentido de piedad para con el enemigo, este se transforma en un objeto de tortura y descarga de la más cruel venganza ante la inmovilidad funesta de la que es preso, aquella que le recuerda que su amigo Patroclo jamás volverá a la vida, ante tan terrible espectáculo los Dioses expresan que "ni siquiera conserva el pudor que tanto favorece o daña a los varones"(XXIV 33-55). Aquí un problema, puesto que si bien los dioses son aquellos que propician la devolución del cadáver, la última palabra la tiene A quiles, él es quien decidirá finalmente si ante el rescate aceptará el mandato Olímpico o no, así se nos entrega al más profundo estado de tensión dentro del canto, la solución divina se resuelve de una manera bastante concreta:

"No porque Aquiles sea muy superior a Héctor puede permitírsele esta venganza impía. No por imposición, sino por un acto libre de Aquiles, restablece Zeus el equilibrio entre el principio de una justicia distributiva, fundada sobre el valor personal de cada uno, y una justicia reparadora, fundada sobre la igualdad de los individuos"(Lasso, 1963, p. 305).

El momento del encuentro entre Príamo y Aquiles es sencillamente desgarrador. El rey "entró sin ser visto, y acercándose a Aquiles, abrazóle las rodillas y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijos suyos" (XXIV 468-486). Aquiles y  los guerreros que lo acompañaban quedan absolutamente sorprendidos de ver al viejo Príamo suplicante. Aquí, se inaugura un momento notable, donde se entremezclan una serie de sentimientos relacionados con el dolor, la piedad e incluso la idea de que el sufrimiento es un lenguaje manifiesto en cada uno de nosotros, un signo que puede desatar en el otro la memoria y embargarnos de recuerdos que nos alejan de la altivez y la individualidad para reconocer en el otro aquello que nos ha hecho decidirnos por una u otra actitud. El gesto de Príamo, es sólo la chispa que encenderá un espacio de encuentro entre hombres mortales:

El penoso espectáculo de la genuflexión ante otro y el abrazar las rodillas son manifestaciones escultóricas de la piedad y la vergüenza. La formalización rigurosa de la conducta de Príamo como suplicante, produce un intensificado sentido de comunicación entre participantes. (Zecchin, 2000, p.61)

Sólo basta atender las palabras del anciano Príamo para tomar en cuenta cuan punzantes resultaron ser para el Pélida : " Respeta a los dioses, Aquiles, y apiádate de mí, acordándote de tu padre: yo soy aún más digno de compasión que él, puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mis labios la mano del hombre matador de mis hijos."(XXIV 486 -507). La escena conmueve al guerrero,       "por primera vez estos dos hombres pueden contemplarse frente a frente y de su mutua mirada nace el conocimiento. ira y odio y dolor se desvanecen en esa mirada"(Lasso, 1963, p.307), éste es transportado hacia el recuerdo de su padre Peleo, a quién sabe no volverá a ver jamás, a quién ya no podrá defender, su divino destino estaba escrito de antemano: el Pélida se encontraba condenado a morir joven, lejos de su hogar y seres amados, sólo le quedará la vacía gloria y fama. La terrible súplica que emite el anciano Príamo "solicita un acto de la memoria y la clase de memoria que él busca en Aquiles es la que Homero busca en los oyentes: una recreación en términos emocionales de aquello que las penas son (Zecchin, 2000, p.66). El llanto se apodera de la escena, el dolor en ambos es evidente, el espectáculo en la tienda del Pélida está matizado por la memoria y el sufrimiento:

"El rostro ausente y amado de Peleo, evocado por Príamo y convertido en ideal de referencia, había hecho recogerse a Aquiles en reminiscencias de inmensa ternura. Príamo no era ya para él Príamo, sino el anciano, la imagen viva de su ausente padre"(Lasso, 1963, p.306).

Aquiles, vuelve en sí y aleja las manos de Príamo, al momento comienza a esbozar su explicación de las tinajas de Zeus, desde la cual el Dios condena por azar o suerte al bien y al mal a unos y otros hombres. Es el destino,  es lo que nos tocó, no hay una real explicación para tanto dolor, es simplemente lo que fue dispuesto, el mismo Aquiles termina su exposición refiriendo a Príamo la muerte de su hijo: " Súfrelo resignado y no dejes que se apodere de tu corazón un pesar continuo, pues nada conseguirás afligiéndote por tu hijo, ni lograrás que se levante; y quizá tengas que padecer una nueva desgracia"(XXIV 518 - 552). En este instante, personalmente, considero que se dejan entrever algunas situaciones que a mi parecer demuestran el impacto de las súplicas del anciano sobre un Aquiles consciente, que ha recuperado en parte la piedad pero no sin resguardo. En primer lugar, es relevante destacar el trato que finalmente se le da al cuerpo de Héctor antes de su entrega definitiva al padre, si bien se produce una discusión en torno a la desesperación del  anciano y el intento del Pélida por contenerlo sugiriéndole a éste que tome asiento, Aquiles sale de la tienda y :

"llamó entonces a los esclavos y les mandó que lavaran y ungieran el cuerpo de Héctor, trasladándolo a otra parte para que Príamo no lo advirtiese; no fuera que, afligiéndose al ver a su hijo, no pudiese reprimir la cólera en su pecho e irritase el corazón de Aquiles, y éste le matara, quebrantando las órdenes de Zeus. Lavado ya y ungido con aceite, las esclavas lo cubrieron con la túnica y el hermoso palio; después el mismo Aquiles lo levantó y colocó en un lecho, y por fin los compañeros lo subieron al lustroso carro"(XXIV 571-592)

Aquí se destaca la doble función, tanto piadosa respecto del cuidado del cuerpo y por otra la de la propia seguridad, muy viejo podrá ser Príamo, pero ante el dolor de ver el cuerpo de su hijo sin duda puede reaccionar de manera adversa y con sus últimas fuerzas intentarle asesinar. Aún así, la reconvención posterior que se realiza Aquiles respecto de su amigo Patroclo es fundamental para comprender la situación: "No te enojes conmigo, oh Patroclo, si en el Hades te enteras de que he entregado el cadáver del divino Héctor al padre de este héroe, pues me ha traído un rescate digno, y consagraré a tus manes la parte que te es debida"(XXIV 592-596). Aquí es posible apreciar que dentro de todo, el cuantioso rescate pagado por Príamo es de importancia, al  principio del poema la cólera de Aquiles está gatillada precisamente por una injusticia en la repartición de un botín de guerra, el pago dentro de todo es justo: peplos, mantos, tapetes, túnicas, talentos de oro, trípodes y calderas, tamaño tesoro equilibra la decisión de entregar el cuerpo del matador de su amigo.
A continuación, se desarrolla la escena del banquete, la cual tiene por objeto presentar la idea de que ante el más profundo dolor, ante la más cruenta adversidad ""todos somos hombres. También el heroísmo tiene sus límites."(Jaeger, 1962, p.121). Ese límite es la primacía de la naturaleza humana con sus necesidades fisiológicas inherentes, sin alimento nuestro cuerpo no puede pensar en nada, no puede sufrir por nada, la angustia puede alejarnos de la necesidad alimentarnos, de hecho "no otra cosa es la escena final de la Ilíada, Cuando Aquiles invita al Afligido Príamo, tras la entrega del cadáver de su hijo, a comer y a beber, y cita el ejemplo de Niobe, afligida por el más profundo dolor materno"(Jaeger, 1962, p.121). Príamo no había comido ni bebido desde la muerte de su hijo, es por esto que Aquiles refiere "cuidemos nosotros de comer, y  más tarde cuando hayas transportado el hijo a Ilión, podrás hacer llanto sobre el mismo. Y será por ti muy llorado"(XXIV 599-620).  ¡Come y Descansa Príamo!¡ No te olvides de que eres un ser  mortal! Esto parece señalar Aquiles al anciano, la tristeza no puede hacer sucumbir al rey, si quiere llorar a su hijo implicando todo su dolor y vida psíquica, debe atender primero a su propia fortaleza. El pélida ofrece lecho al rey, éste se asegura de pactar las condiciones que permitan rendir las honras a su amado hijo, Aquiles le da su mano para sellar el cese de las hostilidades durante los días que se le solicitan. Por la noche, Príamo es despertado por Hermes quien le asegura que es el mejor momento de emprender su regreso a Ilión, la escena del viaje se repite, esta vez, con el cuerpo de su hijo dentro del carro.

La escena del encuentro entre Príamo y Aquiles es profundamente humana, no por nada se refiere que "no es lo suyo un reconocimiento, sino un conocimiento de su esencia de hombres"(Lasso, 1963, p.307). Ambos están marcados por el devenir pernicioso de la guerra, ambos han perdido aquello que aman, ambos están sujetos indefectiblemente al dolor, uno de carácter inexpugnable. Príamo en su encuentro con el Pélida "acaba descubriendo en él la humanidad del hombre. Al revelársele como hombre le parece semejante a un dios"(Lasso, 1963, p.308). No hay resolución más cierta de este conflicto que aquella que asevera que "la comunidad entre Aquiles y Príamo se funda en el sentimiento de común mortalidad"(Zecchin,2002, p.123). Una profunda radiografía del dolor humano, del conocimiento de nuestra condición a partir de la pérdida de aquello que amamos, un recordatorio intemporal que imprime en nuestros pensamientos la reflexión en torno a qué es aquello que nos hace ser lo que somos.

 En este caso, no cabe la pregunta por el sentido de la justicia, más sí  la de la  igualdad, aquella que no se puede buscar bajo los parámetros de la fama y la gloria donde sólo unos pocos triunfan. En aquel mundo de héroes donde no se siente la opresión del futuro, la única forma que existe de hacernos entender aquel sentido de igualdad, es en la comunión en el dolor, no la comunión de la victoria, es la pérdida, la tristeza y el sufrimiento aquel lugar que no distingue entre reyes y semidioses, sea como sea que se manifieste e indistintamente de su gradación (según parámetros que nosotros mismos nos hemos ofrecido), el dolor es la instancia más igualitaria en la vida de los seres humanos, puesto que no discrimina a nadie, es un fenómeno social total. Es por esto, que la figura del rey Príamo despertó mi atención y decidí dedicarle este ensayo, porque es un recordatorio de cuánto han cambiado las cosas para nosotros, el dolor en la sociedad moderna ya no es una instancia de conocimiento del otro, lo evitamos, no hay un compromiso para con el dolor de los demás, desde aquellos compatriotas que hoy mueren esperando por una atención digna en algún pasillo de hospital, a las madres de detenidos desaparecidos que como ánimas deambulan en busca alguna información que les ayude a encontrar a sus seres queridos, la diferencia con Príamo, es que ellas no saben qué manos besar y a cuáles rodillas aferrarse, puesto que no saben quién fue el matador de sus seres amados, nosotros, hacemos la vista gruesa y quizás podríamos hacer algo más, quizás al menos acarrear la madera para comprometernos con su dolor y finalmente, algún día, rendirles las honras fúnebres que merecen.

Bibliografía
Castillo Didier, Miguel. 2015. "Príamo y Edipo. Desde la épica y la tragedia antiguas a un          lírico moderno: Kavafis". En: Pensando Grecia, Pensando América. Centro de     Estudios Griegos Bizantinos y Neohelénicos, Facultad de Filosofía, Universidad de          Chile, Santiago, Chile.
Erradona, Ignacio (Dir). 1954. Diccionario del mundo clásico. Tomo II. Editorial Labor,            Barcelona.

Eurípides. 2000. Tragedias II. Traducción: José Luis Calvo Martínez, Madrid, Editorial Gredos.

Grimal, Pierre. 1982. Diccionario de mitología Griega y Romana. Barcelona, España.

Homero. 1994. La Ilíada. Traducción de Luis Segalá y Estalella. Barcelona,         Edicomunicación.

Jaeger, Werner. 1962. Paideia:  los ideales de la cultura griega; trad. de Joaquín Xirau,                Wenceslao Roces. -2a ed. México, Fondo de Cultura Económica.

Lasso de la Vega, José S. 1963. “Ulises y su mundo de ideales éticos”, en “Ética             homérica”, Adrados, R. y otros (L. Gil Ed.): Introducción a Homero, Madrid,            Ediciones Guadarrama.
Stanford, W.B. 2013. El tema Ulises. Madrid, Editorial Dykinson.

Zecchin de Fasano, G. C. 2000. Memoria y funeral: Príamo y Aquiles en Ilíada    XXIV.472-551. Synthesis, 7. p. 57-68.

Zecchin de Fasano, G.C. 2002. Temor y compasión en los poemas Homéricos. Synthesis,           vol 9. 109-128.






[1] Traducción: Miguel Castillo Didier. El artículo del que fue extraído el poema es: "Príamo  y Edipo. Desde la épica y la tragedia antiguas a un  lírico moderno: Kavafis". En: Miguel Castillo Didier (2015) Pensando Grecia Pensando América. Centro de Estudios Griegos Bizantinos y Neohelénicos, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile. 

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